lunes, 2 de abril de 2012

Aung San Suu Kyi

La Mandela de Asia, entra en el Parlamento de Birmania

Por primera vez desde 1990, Birmania celebró este domingo unas elecciones que pueden allanar su camino hacia la democracia. Aunque en juego solo están 45 escaños vacantes de los 664 con que cuenta el Parlamento, dichos comicios simbolizan la reciente apertura del régimen birmano, que ha entrado en una nueva era.
La histórica líder opositora y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, logró el escaño por el que luchaba para entrar en el Parlamento de Birmania y su movimiento, la Liga Nacional por la Democracia (LND) lideraba las votaciones en todos los distritos en los que se presentó.
Es un triunfo de todo el pueblo, confiando que comience una nueva era en la que las personas puedan participar activamente en la política.
La activista birmana, a sus 66 años y tras quince de los últimos veinte bajo arresto domiciliario, a carismática líder de la LND ha conseguido un acta de diputada por primera vez en su carrera política, ha conseguido el 99% de los votos en la circunscripción de Kahwmu.
El resultado obtenido por la Dama , como la llaman cariñosamente los birmanos después de que el general Than Shwe, el dirigente de la última junta militar prohibiera decir su nombre en el país, es el fiel reflejo del resultado de las elecciones parciales celebradas ayer en Birmania.
A lo largo de sus vidas no han tenido oportunidad de conocerse, pero comparten ideales y unas fechas muy concretas.
El 12 de junio de 1964, la justicia sudafricana condenó a cadena perpetua a Nelson Mandela. Una semana más tarde, Aung San Suu Kyi cumplía diecinueve años y preparaba sus maletas para dirigirse a Oxford, para estudiar Filosofía y Ciencias Políticas y Económicas.
Veintisiete años más tarde, en 1990, Mandela recobró la libertad y se propuso dirigir a su país por la senda de la reconciliación democrática. Aquel año, Suu Kyi ganaba ampliamente unas elecciones legislativas -cuyo resultado el gobierno militar no aceptó-, pero en lugar de gobernar fue privada de libertad.
Desde 1989 ha pasado, en periodos distintos, 15 años detenida o en arresto domiciliario.
Así, al igual que Nelson Mandela, Aung San Suu Kyi se ha convertido en un símbolo internacional de la resistencia heroica y pacífica de un país. En en el rostro de la opresión.
Y es que si Mandela fue en su momento la única esperanza para la población negra de Sudáfrica, Suu Kyi, a sus 66 años, representa para los habitantes de Birmania su mejor y quizás única esperanza de que algún día acabe la represión militar en su país.
Sin duda la mejor definición que nadie ha hecho de esta mujer menuda y aspecto frágil la hizo el entonces presidente del comité del premio Nobel de la Paz, Francis Sejested, cuando anunció la concesión del galardón a Suu Kyi por ser un "extraordinario ejemplo del poder de los que no tienen poder".
Su presencia despierta tanto respeto entre la población birmana como odio entre la junta militar.
En especial en su presidente, el general Than Shwe. No en balde es hija del general Aung San, el padre de la independencia birmana, asesinado el 19 de julio de 1947 por unos radicales, cuando ella tenía dos años y el país se encontraba en plena transición hacia su independencia.
A los quince años partió hacia India con su madre, Daw Khin Kyi, que había sido nombrada embajadora de Birmania en aquel país. De allí se fue a Oxford, donde cursó estudios de Filosofía y Ciencias Políticas y Económicas y allí conoció a su futuro marido, Michael Aris, con quien tuvo dos hijos, Alexander y Kim.
Después de trabajar en la secretaría de las Naciones Unidas y ser profesora en India, Aung San Suu Kyi decidió regresar a su país en 1988 para atender a su madre, gravemente enferma, a pesar de las amenazas del gobierno militar, liderado por el dictador Ne Win.
A su vuelta se encontró con una Birmania muy distinta de la que había abandonado casi treinta años atrás.
El país se encontraba en plena agitación política. En agosto del aquel año estalló la revuelta, conocida como Levantamiento 8888. Miles de estudiantes, trabajadores y monjes salieron a la calle para exigir reformas democráticas. El régimen respondió con un sangriento golpe militar.
"Como hija de mi padre, yo no podía permanecer indiferente a todo lo que estaba pasando", dijo en un discurso en Rangún el 26 de agosto de 1988, y organizó un movimiento en favor de los derechos humanos y la democracia.
En julio de 1989 fue puesta bajo arresto domiciliario en Rangún. Un año más tarde, su partido, la Liga Nacional por la Democracia (LND), obtuvo el 82% de los escaños en las elecciones de mayo de 1990.
El fracaso en las urnas de los partidos de los militares les impulsó a ignorar la voluntad popular, anular los resultados y confirmar la condena de San Suu Kyi, a quien le fue negado el contacto con su marido, el profesor británico Michael Aris, y sus dos hijos.
Reconocida como prisionera de conciencia por Amnistía Internacional, su sueño de que el drama birmano no cayera en el olvido fue recompensado en 1991 con el premio Nobel de la Paz, gracias al cual dio a conocer su combate al mundo entero rechazando el exilio propuesto a cambio de su silencio.
En 1995, la presión internacional forzó su liberación. Pero la Junta Militar la volvió a someter a arresto domiciliario en 1996 al constatar la creciente multitud que esperaba sus mensajes de esperanza los fines de semana.
Uno de los capítulos más duros de esta privación de libertad fue cuando su esposo, Michael, murió de cáncer en 1999, en Londres, esperando un visado que el gobierno birmano nunca le concedió para que pudiera despedirse de su esposa.
Desde entonces, la junta militar ha intentado minar su voluntad, liberándola un tiempo y arrestándola poco después. Su objetivo es mantenerla aislada y esperar a que su salud se vaya debilitando. Pero San Suu Kyi parece incombustible a pesar de su aparente fragilidad.
Aunque hasta su puesta en libertad permaneció incomunicada, nada más salir de su arresto domiciliario, en noviembre del 2010, se puso al día en materia de redes sociales para poder comunicarse con los jóvenes.
Y, al igual que Mandela en su día en Sudáfrica, en apenas un año Aung San Suu Kyi ha recuperado todo el protagonismo en la vida política de Birmania que un grupo de militares le intentó usurpar por la fuerza silenciando su voz y escondiendo su persona, primero en cárceles y luego en su propia casa. A partir de ahora su voz y su figura estarán en el Parlamento. La Dama inaugura una nueva era en Birmania.

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