miércoles, 21 de enero de 2015

Ciutat morta (Ciudad muerta)

Ciutat morta, un documental estremecedor, que todos deberíamos ver para saber en que país vivimos. Su reciente emisión en Canal 33 ha provocado un grandísimo impacto.
El dominio del lenguaje audiovisual de sus directores les permite ofrecer un relato sin aparentes fisuras recogiendo sólo los elementos que actuarían en sentido exculpatorio a favor de un grupo de jóvenes condenados a prisión por acometer a la Guardia Urbana en 2006 dejando a un agente en coma.
El documental no se queda en los 5 casos de las personas detenidas, sino que va más allá, intentando buscar los motivos que hicieron que esa serie de fatales coincidencias terminasen de aquel modo.
La posibilidad de reabrir el caso es remotísima. La causa por torturas se archivó por “contradicciones” de los denunciantes y ahora está probablemente prescrita. Y para una revisión de la sentencia condenatoria sólo servirían una inimaginable condena por falso testimonio a los agentes o la aparición de hechos nuevos que evidencien la inocencia.
La presunta existencia de un testigo que ahora declararía que vio a alguien tirar la maceta es difícil que logre ese objetivo. Implica dar credibilidad a una persona que, siendo consciente del perjuicio que su silencio está causando, no testifica hasta nueve años después de los hechos. La nulidad fundada en una eventual resolución favorable en Estrasburgo no es imposible, pero sí complicada.
 
Sinopsis
En junio de 2013, un grupo de 800 personas ocupan un cine abandonado del centro Barcelona para proyectar un documental. Rebautizan el antiguo edificio en honor a una chica que se suicidó dos años antes: Cinema Patricia Heras. ¿Quién era Patricia? ¿Por qué se quitó la vida y qué tiene que ver Barcelona con su muerte? Esto es exactamente lo que se quiere dar a conocer con esta acción ilegal y de gran impacto mediático: que todo el mundo sepa la verdad sobre uno de los peores casos de corrupción policial en Barcelona, la ciudad muerta.
 
Uno de los peores casos de corrupción policial
La noche del 4 de febrero de 2006 terminó con una carga policial en el centro de Barcelona. Fue en los alrededores de un antiguo teatro okupado en el que se estaba celebrando una fiesta. Entre los golpes de porra, empezaron a caer objetos desde la azotea de la casa okupada.
Según relató por radio el Alcalde de Barcelona pocas horas después, uno de los policías, que iba sin casco, quedó en coma por el impacto de una maceta. Las detenciones que vinieron inmediatamente después del trágico incidente nos relatan la crónica de una venganza. Tres jóvenes detenidos, de origen sudamericano, son gravemente torturados y privados de libertad durante 2 años, a la espera de un juicio en el que poco importaba quién había hecho qué.
Poco importaba que el objeto que hirió al policía hubiera sido tirado desde una azotea mientras que los detenidos estaban a pie de calle. Otros dos detenidos aquella noche (Patricia y Alfredo) ni siquiera estaban presentes en el lugar de los hechos: fueron detenidos en un hospital cercano y hallados sospechosos por su forma de vestir.
Poco importaba si había pruebas o evidencias que exculpaban a todos los acusados. En aquel juicio no se estaban juzgando a individuos sino a todo un colectivo. Se trataba de un enemigo genérico construido por la prensa y los políticos de la Barcelona modélica.
Barcelona, la ciudad que acababa de estrenar su llamada “ordenanza de civismo”, una ley higienista, marco legal perfecto para los planes de gentrificación de algunos barrios céntricos, destinados al turismo. Los chicos detenidos aquella noche eran cabezas de turco que encajaban perfectamente, por su estética, con la imagen del disidente antisistema: el enemigo interno que la ciudad modélica había ido generando aquellos últimos tiempos.
Años después, dos policías son condenados a inhabilitación y penas de prisión de más de 2 años por haber torturado a un chico negro. La sentencia demuestra que los agentes mienten y manipulan pruebas durante el juicio. Para encubrir las torturas, acusan al joven de ser traficante de drogas, pero el juez descubre un montaje: el negro es en realidad, hijo de un diplomático: el embajador de Trinidad y Tobago en Noruega.
Estos agentes resultan ser los mismos que habían torturado a los jóvenes detenidos aquella noche del 4 de febrero de 2006 y algunos de los testigos que declararon en su contra durante el juicio. El mismo modus operandi en ambos casos. La única diferencia: el origen social de las víctimas. La enésima historia de impunidad policial, acompañada por buenas dosis de racismo, clasismo y la vulneración de derechos fundamentales.
 
Patricia Heras, la poeta muerta
Más allá de la ciudad de Barcelona, el personaje principal de Ciutat morta es Patricia, a quien vamos conociendo a través de su poesía y el testigo de sus amigas y exparejas sentimentales.
Se trata de una joven estudiante de literatura, extremadamente sensible, que esconde sus inseguridades detrás de una estética excéntrica, alimentada por la cultura queer con la que se identifica.
La experiencia que le atraviesa a partir de aquella mañana del 4 de febrero de 2006, cuando es detenida junto con su amigo Alfredo en un hospital, da un giro radical a su vida. Dos años de angustia a la espera del juicio, agotando todos los ahorros de su vida para pagar abogados. Tres años de condena en la cárcel. A parte de destrozar su vida, estos hechos disparan su productividad literaria que va quedando registrada en un blog que titula de forma premonitoria: Poeta muerta.
Patricia se suicida durante una salida de la cárcel, en abril del 2011. Esta película pretende ser un homenaje a ella.
 
 
Web Oficial
 
Fragmento de 5 minutos "censurado", en la emisión del 17 de Enero en Canal 33
 
 

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